DEJEMOS DE
QUERERNOS TANTO. PROBEMOS A QUERERNOS BIEN…
El sentimiento está reñido con la velocidad. Queremos llegar a
la meta antes de que suene el pistoletazo de salida, terminar las cosas antes
de que empiecen, comenzar la casa por el tejado. No respetar ni ritmos ni
pausas. No respetar los tiempos que te marcan. En definitiva, ir más rápido de
lo que se necesita y lo que se debe…
En fracciones
de segundo, a golpe de página y pequeños flashes, vemos pasar por delante de
nuestros ojos escenas de dolor, llanto, desgarros de alma y crueldades sin
nombre que consiguen que el sentimiento, de manera casi imperceptible, se nos
vaya quedando congelado. La capacidad de sentir es nuestra parte más íntima,
porque es allí donde nace el amor, la comprensión, la ternura, el placer, la
bondad y la piedad.
Resistir todo a tanta
velocidad requiere que cada uno organice, o lo intente, las imágenes de eso que
llaman la vida. ¿Cómo hacerlo? Arrancando durante minutos las agujas al reloj,
deteniéndose en una mirada, paladeando una conversación, creyendo que en lo
cercano puede residir lo más bello.
Y así, a todos nos toca vivir dos vidas, la que nos imponen y la
íntima. En la segunda, al sentimiento no se le puede hacer correr: tropieza,
cae y muchas veces se hace daño. Entonces, solo queda levantarse…
En fin, la vida…