lunes, 13 de marzo de 2017

EL CAMINO, TU CAMINO

El camino, ¿qué es? El que te lleva de un lugar a otro, pero… ¡no es un camino!, es “Tu Camino” el de dentro.
Cuando empiezas a estar preparado, cuando sientes que hay algo más, cuando intuyes más que ves, debes iniciar tu camino interior, que si a la vez es exterior… (entrega, abnegación, sacrificio, “pero sin pasarse ¡eh!”), Pues ¡mejor! ¿Pero como?…
Te debes de sorprender “sintiéndote”, hablándote, conversando con la Naturaleza, con la gente que te encuentras, “ellos” te responderán y tú, al hablarles y responderles te responderás, pues sentirás que hay frases, palabras que les dices a los demás que debes aplicar a tu forma de ser y de esa forma en sus repuestas y en tus respuestas, hallaras contestaciones ya conocidas, pero en las que antes no habías reparado ni habías puesto en práctica.
Ver…, se ve, la grandeza del silencio “si es compartido, casi mejor”.
La grandeza de los hechos pequeños, humildes y… tan grandes que te redireccionan en tu forma de ser, de pensar, de sentir.
Normalmente, no sabemos vivir “el momento” aunque sepamos e intuyamos que la vida está hecha “de momentos”, lo mismo que una raya recta sobre el papel, no existe como tal, si no que tan solo es la continuación de pequeños puntos dispersos entre sí, pero direccionados con una intención previa.
Ser fiel a uno mismo es la máxima premisa que podemos ofrecer y ofrecernos.
El Camino, lo puedes realizar “acompañado” pero “tu camino” lo harás tú solo.
No podrás compartir tus descubrimientos. Deberás disfrutar la grandeza de tus pensamientos “íntimamente”. Saboreando el nuevo placer al cual solo tú tienes tu propio acceso. Solo tú te elevas por encima de ti mismo.
Solo tú ves la profundidad de tu mar, de tu bosque, de tus montañas y de los desiertos de tu soledad.
Comienzas entonces un lenguaje que te comunicará contigo mismo y con tu Yo eterno, con tu Núcleo Familiar, con “tu Guía Espiritual”, con los que verdaderamente jamás estarás solo, por muy abandonado que te sientas.
Te empiezas a enterar “a darte cuenta” que la relación con los demás debe de estar presidida por la gratuidad de los actos, de las acciones, por la gratuidad de la relación en suma. Compartir y departir sin obligación, aceptando y asumiendo la propia personalidad y el rol de cada uno, a cada momento.
Piensa que los que habitamos este mundo, venimos a “vivir” unas veces cumpliendo con nosotros y con los deberes que nos hemos traído y otras además, también con los demás, pero lo que es seguro en un porcentaje muy elevado, es que no venimos a complacer los caprichos de los que nos rodean “salvando excepciones muy puntuales”.
El conocer lo pequeño que eres y el intuir lo grande que eres por saberte pequeño. “No tiene precio”.
La sencillez de un gesto, el “amor” de una acción, la fraternidad de un saludo, de un Adiós, es para sentirlo, para vivirlo.
Uno no se empieza a conocer, hasta que no se empieza a sentir, y no se empieza a sentir, hasta que no se da cuenta de que uno “es”. Y… cada día, uno debe de ir a más, ser y sentirse consciente, diluir en sí mismo sus propios defectos, sus lacras, “los deberes que trajiste de la otra vida, de cuando preparabas esta, la razón de ser de la existencia que debes pulir”, presentarlos delante de tu misma consciencia, observándolos, razonándolos, diluyéndolos, fusionándolos en uno mismo después de conocerlos, aceptarlos y comprenderlos, para que no te sustraigan energía ni te lastren por esa razón. Ser consciente de ti, saberte tú, conocerte, darte lo que nadie te puede dar “lo que necesites, a cada momento en que lo necesites.
Uno se debe dar realmente a los demás cuando realmente “sabe” que da lo que da, como lo da, porqué lo da. El dar (sin saber porqué, es el preludio del dar sabiendo qué y porqué). No dar porque uno siente la necesidad de dar para tratar de buscarse, de encontrarse. Uno se encuentra “dando”. Uno se encuentra a sí mismo, “dándose a sí mismo”, pidiendo por si mismo, “a falta de cosa mejor que hacer, o de tener que hacer”, buscando su razón interior de “ser”, o dejando que esta fluya hasta uno mismo procedente del despertar de sus propias profundidades, dejándose en este caso embargar por el vacío del “no pensar, no hacer”, con la intención de “conocer” lo que intuyes mejor de ti mismo. Dejarlo fluir, saber que “está ahí”, que eres tú y que te amas, que quieres conocerte, pero que no se puede imponer, que necesita un pequeño sitio para sembrarse, para enraizar, para crecer y hay que abonarlo, regarlo, cuidarlo y mimarlo, porque “eso” eres tú con tu nuevo traje de “buceador de las estrellas, esperando la puesta a punto para “dar el salto”

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