Todos sabemos que reír es bueno, no solo es agradable ver a una persona con el rostro iluminado por una sonrisa, sino que también es beneficioso para nuestro organismo: el cerebro segrega endorfinas, aumenta el nivel de la adrenalina que ayuda a estimular la imaginación; la dopamina, que favorece la actividad mental; y la serotonina, que posee efectos calmantes y disminuye la ansiedad… Es un acto fantástico que está socialmente aceptado y muy valorado, pero ¿Y llorar? ¿Y las lágrimas?
Solo los niños pequeños lo expresan abiertamente, sin disimulos, en cambio los adultos buscamos el refugio de la soledad para desahogarnos, o, lo que es peor, simplemente, lo evitamos. Preferimos contener las lágrimas y seguir adelante apretando los puños. Pero, ¿Es eso bueno para la salud?
Existen diversos estudios que aseguran que sí, que algo tan inherente al ser humano como es la capacidad de llorar, es necesaria para ser feliz. El doctor William Frey, del Saint Paul Ramsay Medical Center, en Minessota, asegura que las lágrimas son tan necesarias como las sonrisas, alivian tensiones, suavizan la tristeza y permite que una persona se conozca mejor a sí misma y se relacione de una forma más abierta con los demás.
Y no solo eso, existen muchas investigaciones que afirman que las personas deprimidas son las que menos lloran; el psiquiatra Cristian Prado, máster en Neurociencias de la Universidad de Chile, explica estos datos al señalar que “un porcentaje de los deprimidos deja de expresar”, es decir, una parte de la estructura del cerebro se apaga funcionalmente y deriva en una indiferencia ante el dolor, y en una búsqueda desesperada por mantenerse aislados.
Llorar no es una debilidad
En absoluto. Las lágrimas son parte de nosotros mismos, forman parte de nuestro ser y son un mecanismo de escape y alivio, es un modo de equilibrar las emociones, de reordenar nuestros sentimientos… Cumple una función vital en el desarrollo humano y no debemos empeñarnos en callarlas ni tragarlas.
Es curioso comprobar esos momentos en los que, sin querer, acabamos llorando ante otras personas, instante en que nos vemos asaltados por esa común reacción en la que nos intentan consolar diciendo “No llores, no pasa nada, llorar no va a solucionar tus problemas, cálmate”. Y bien es cierto que las lágrimas emocionales no van a resolver aquello que nos hace daño o nos ofusca, pero es un principio.
Llorar desahoga y ofrece tranquilidad, el cuerpo se relaja y, en muchas ocasiones hasta nos quedamos dormidos… Es un modo de liberar ese cúmulo de emociones negativas que nos sobrepasan en algún momento de nuestra vida, ayuda al bienestar posterior y se convierte en un aprendizaje sobre el que gestionar nuestras emociones. Más tarde, una vez calmados y con las fuerzas recuperadas, seguramente empecemos a ver las cosas de otro modo, posiblemente empecemos a sentirnos más seguros para abrir esas ventanas que llenan de oscuridades nuestra existencia. No hay pues que almacenar nuestras lágrimas en pequeños lagos invisibles, estanques que acabarán envenenándonos de tristeza mal llevada.
"Basta con buscar un instante, un rincón donde arroparnos de privacidad y, simplemente, llorar…"
Juan Barberá
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